lunes, abril 22, 2013

JORGE GALINDO sobre los escraches:

No me gustan los escraches. Es una cuestión de formas. La democracia en sí es una cuestión de formas. La democracia es un compromiso según el cual diversos grupos contrapuestos acuerdan emplear una serie de mecanismos y definir una esfera determinada para la resolución de los conflictos que les afectan. Un escrache afecta, a mi modo de ver, a este compromiso, y agrava el deterioro institucional al recurrir a la intimidación (aunque sea "suave" o pretendidamente simbólica) para intentar forzar una opinión política. Más aún: considero que la propuesta por la que luchan, la dación en pago, no es una solución adecuada para el problema al que apuntan. Es decir: no comulgo ni con las formas, ni con el fondo.

A otras personas sí le gustan los escraches. Y también la dación en pago. De hecho, ambas cosas suelen ir juntas. Hay mucha gente que considera que el problema de los desahucios puede y debe solucionarse imponiendo dicho cambio legal. Y que, en tanto que el problema es acuciante y afecta muchas veces a ellos mismos, a personas que conocen o a lo que consideran como un sector relevante y desprotegido de la sociedad, el uso de los escraches es totalmente legítimo y necesario.

Es fácil empantanarse en esta discusión. Es fácil porque en ella se entremezclan elementos normativos, éticos, de justicia, igualdad e incluso personales. Yo seguiré defendiendo que intentar que una política se apruebe mediante el insulto, la descalificación y la intimidación no es una buena estrategia para la salud de la democracia. Otros me responderán que la democracia está en mala salud precisamente por culpa de esos políticos a los que se quejan, y que por tanto cualquier medida está justificada. Y así hasta la eternidad.

Sin embargo, nadie parece preguntarse mucho por qué tenemos escraches. Cómo hemos llegado hasta aquí. Bajo qué condiciones una sociedad civil decide organizarse de esta manera para lograr sus objetivos.

 

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