miércoles, septiembre 16, 2009

ELVIRA LINDO:
La democracia ha subvencionado la fiesta, pero sólo un tipo, la que divierte a la parte más ruidosa y desconsiderada de la población. Cuando en los noventa algunos escribíamos sobre el botellón que asolaba el centro de Madrid, con el consiguiente espectáculo de bebedores, meadores e incluso fornicadores a la vista de cualquiera, era inevitable ser tachado de aguafiestas. Hubo hasta el inevitable manifiesto de intelectuales defendiendo la juerga.

Dentro del abanico de tradiciones inmemoriales que los ayuntamientos protegen nunca han contemplado la más auténtica y pacífica de ellas: tomar el fresco.
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