miércoles, julio 04, 2007

NO ES POR IRAQ por lo que odian a Blair, escribe Francesc-Marc Alvaro (requiere suscripción):
Odian a Blair pero no lo hacen, en verdad, por su decisión de apoyar a la Administración Bush en la invasión de Iraq. Esto es sólo la excusa bonita para vapulearlo a placer. Si odian a Blair, es por algo anterior a la guerra contra el régimen de Sadam Husein. Muy anterior. El odio frontal de cierta izquierda contra Blair está en el origen de su proyecto, nace de algo que resulta insoportable para un sector político, ideológico y social envenenado de utopismo dogmático, purista e intransigente: el coraje y la inteligencia de Blair a la hora de redefinir el marco y los términos de la izquierda democrática europea. Ello supuso una verdadera revolución ideológica que, posteriormente, se tradujo en un éxito electoral. Mientras los socialistas franceses, alemanes y españoles trataban de reponerse del efecto que tenía en su universo de valores la caída del muro de Berlín y el hundimiento del totalitarismo comunista, los jóvenes de Demos, el think tank que cocinó las ideas que lanzó Blair, y el profesor Anthony Giddens leyeron mejor que nadie los signos de la nueva época. En lugar de encerrase en la perplejidad, en lugar de considerar que la gente es imbécil, en lugar de acusar a los demás de haberse vendido al capital, se dedicaron a pensar en serio. Y entendieron que lo único que podía mantener y vivificar el modelo socialdemócrata era hacerlo más flexible, más abierto, más ligero y, a la vez, más útil. No para desmontar el Estado de bienestar - como mantienen los indocumentados y los demagogos- sino para dotarlo de mayor eficacia. Hacerlo "sostenible", dirían los cursis. El Estado de bienestar debía ser permeable a demandas nuevas, muy distintas de la de la sociedad de los años 60, 70 y 80. "El Estado no renuncia a sus responsabilidades principales - proclama Blair-, sino que se muestra flexible e innovador a la hora de cumplirlas en colaboración con otros sectores". La sociedad empezaba a moverse por unos intereses y unos valores que iban mucho más allá de la agenda clásica de un partido socialista europeo. La tercera vía no era un simple camino del medio entre socialismo democrático y liberalismo avanzado, sino una perspectiva nueva para un mundo en el que términos como proletario, capitalista, nación o familia debían ser revisados a la luz de transformaciones que nadie había podido anticipar.El new labour de Blair supuso, sobre todo, un cambio de lenguaje. No sólo para construir titulares de prensa en campaña electoral, sino para lograr alterar, a fuego lento, las hegemonías en el terreno de las ideas. El equipo de Blair sabía que, sin vencer en el campo de las ideas, la victoria política sería imposible. Por ello se empeñó en dar un nuevo sentido a palabras que "la izquierda fundamentalista" (por usar una expresión del propio Blair) había dejado en manos de la derecha. El centro radical de Blair no tenía miedo de hablar de seguridad, patriotismo, familia, responsabilidad o esfuerzo junto a otros asuntos que los votantes laboristas ya conocían: solidaridad, distribución de riqueza, educación, atención sanitaria, etcétera. Esto atrajo nuevos votantes, pero era visto como algo sospechoso por la mayoría de los ideólogos y dirigentes de la izquierda continental europea, aferrada a las recetas intervencionistas tintadas de despotismo ilustrado. Un modelo caduco cuyo máximo representante fue el presidente francés François Mitterrand. En Francia, como hemos visto recientemente, todavía la izquierda vive lastrada por su incapacidad para poner la realidad por delante de los conceptos fosilizados.

Según Le Monde Diplomatique, auténtica biblia de la izquierda más reaccionaria, el nuevo laborismo es "la reencarnación del thatcherismo". La etiqueta no es muy original. La definición aparece en el último número de la publicación que dirige Ignacio Ramonet (el amigo del dictador Fidel Castro), pero es lo mismo que dijeron hace diez años, cuando Blair llegó al poder como un soplo de aire fresco y sin mácula alguna. No se asocia al saliente Blair con la conservadora ultraliberal Margaret Thatcher por el episodio de la guerra de Iraq, claro está. Es algo que ciertos sectores han sostenido siempre, desde el momento en que el líder británico se atrevió a romper los moldes del progresismo más trasnochado y miope. Para algunos, el atrevido Tony ha sido siempre "Tory Blair", un tory o conservador disfrazado en las filas laboristas. Le odiaron cuando llegó, le han odiado durante una década, y le seguirán odiando. Porque pone en evidencia la inanidad del izquierdismo refugiado en las palabras huecas y la moral de geometría variable. Y, sobre todo, porque Blair ha ganado tres elecciones mientras ellos, tan listos, han ido perdiendo votos y razones.