jueves, marzo 22, 2007

UNA DE LAS críticas más habituales al gobierno fascista de Bush, repetidas aquí como loritos, es que ataca a quienes se atreven a criticarle. Cierto, no colma de elogios a quienes lo hacen y muestra su disgusto cuando esas críticas son excesivas, pero jamás nadie de la administración Bush ha traspasado ese punto de respeto institucional que caracteriza la vida política de ese país. Ni lo hizo Clinton antes, ni ninguno de sus antecesores.

Pero, se imagina alguien el terremoto político que se desataría en EEUU si Cheney respondiera en el Congreso a los demócratas que le acusan de mentir sobre la guerra de Iraq, o de beneficiar desde el gobierno a Halliburton -como hacen habitualmente-, diciéndoles que "tienen que dejar de ser el altavoz de al-Qaeda"? El escándalo sería mayúsculo. Le pedirían que dimitiese, incluso desde sus propias filas.

Pues eso es exactamente lo que ocurre habitualmente en España, ayer sin ir más lejos, y no pasa absolutamente nada. Cierto, las críticas del impresentable de Zaplana suelen ser cuando menos desabridas, de un estilo que el PP debería abandonar si quiere ganar algún día las elecciones. Pero hay una diferencia: Zaplana habla en nombre de, y representa únicamente a un partido y a quienes le votaron. Incluso José Blanco, que cuando abre la boca sube el pan, también representa únicamente al PSOE y a los votantes socialistas. Allá ellos lo que digan: la gente ya lo valorará la próxima vez que acuda a las urnas.

Pero una vicepresidenta del gobierno, o Zapatero cuando habla en el parlamento como si estuviese en un mítin, o un ministro del gobierno en tanto que ministro, sencillamente no pueden decir lo que quieran. Ellos no pueden entrar a trapo y ponerse al mismo nivel que un partido político, por muchas ganas que tengan. Ellos son el gobierno de todo el país y no representan únicamente a sus votantes sino también a quienes no les votaron. Aunque lo olviden.