lunes, agosto 14, 2006

MADONNA se "crucifica" en su último espectáculo, y no pasa nada, como escribe Francesc-Marc Àlvaro:
¿Se acuerdan ustedes de las polémicas caricaturas de Mahoma que originaron una crisis diplomática y política de enormes dimensiones? Lo importante del asunto es calibrar el valor que se da a la irreverencia en una sociedad concreta. Madonna reutiliza o caricaturiza el signo de la cruz y no pasa nada, salvo las quejas, críticas y condenas de las instancias más sensibles. Todo dentro de un orden marcado por el pluralismo, sin muertos, sin ataques a embajadas, sin violentas manifestaciones multitudinarias. La sociedad que uno quiere defender es una sociedad donde un artista (bueno, malo o mediocre) puede practicar este tipo de ejercicios. Un artista y cualquier ciudadano.

El nivel de madurez política de una sociedad puede medirse por la frecuencia y normalidad de sus cotas de contestación e irreverencia. Uno siente envidia, por ejemplo, del grado de libertad de los británicos a la hora de meter sus instituciones (empezando por la familia real) en la trituradora. Es en este sentido de máxima libertad cívica que se me antoja muy higiénica la polémica de la cruz de Madonna, a pesar de la ramplonería de su propuesta. El caso nos recuerda uno de los básicos de nuestra sociedad y, de paso, la necesidad de sostenerlos frente a quienes tratan de devolvernos a un pasado de catecismos. Por cierto, los cristianos enfadados con Madonna no han contado esta vez con el apoyo moral de todos aquellos que, hace unos meses y mirando hacia Teherán, recomendaban "evitar ofensas y humillaciones".
Amén (con perdón).