miércoles, junio 14, 2006

POR CIERTO QUE la misma Vanguardia incluye en la siguiente página a la que comentaba en el post anterior -es decir, en la página 14 de la edición de hoy- un artículo profundamente desinformativo, y que va en la línea de varias de las cosas que he oido en las radios esta mañana haciendo zapping (no enlazo porque con el rediseño que estrenan hoy es imposible, o por lo menos no he visto cómo hacerlo; todo unos lumbreras de la era digital, están hechos. Probad este enlace, quizás funcionará pero hace falta suscripción).

El artículo, titulado "El abucheo: un deporte nacional" lleva, como antetítulo, "Presidentes y líderes de la oposición, dirigentes de todos los partidos, han sufrido las increpaciones callejeras." Sigue con un repaso a los abucheos y boicots contra varios políticos y personajes públicos desde la transición. Pero existe una diferencia fundamental y que ni LV ni nadie está resaltando: abuchear a alguien que gobierna es casi un derecho cívico, y el afectado tiene que aceptarlo porque, por decirlo de algún modo, viene en el sueldo.

Acosar a un político de la oposición y que al mismo tiempo los políticos del partido del gobierno lo aprueben (porque, no nos engañemos, decir "yo lo rechazo, pero..." no es rechazarlo sino aprobarlo, y encima hacerlo de la manera más hipócrita posible) es pura y simplemente algo propio de república bananera o de países pseudodictatoriales -o sin pseudo-, como Cuba o Venezuela. Con las encomiables excepciones de Pasqual Maragall y María Teresa Fernández de la Vega, eso es exactamente lo que ha ocurrido. Es la diferencia fundamental que convierte lo que está ocurriendo estos días en Catalunya en algo radicalmente distinto a todos los ejemplos históricos que se están trayendo para denunciar un doble rasero que resulta falso.

Pero os estaréis preguntando: "el antetítulo del artículo hablaba de líderes de la oposición, ¿no?" Cierto, pero, ¿sabéis quién, y cuándo? Exacto: Aznar, primero durante el funeral del Yak-42, cuando técnicamente no era líder de la oposición sino presidente en ejercicio tras haber perdido las elecciones, así que tenía más de político en el gobierno que de la oposición, y además las increpaciones le venían por algo que había ocurrido durante su mandato. El segundo ejemplo de líder de la oposición también es Aznar, durante el 14-M cuando era increpado mientras votaba. Lo que ocurre es que en aquél momento era presidente del gobierno, y no se sabía todavía que iba a acabar perdiendo las elecciones.

Cierto, el artículo habla también brevemente de los casos de Santiago Carrillo y Santos Juliá, pero de nuevo hay una diferencia fundamental: la primera y principal es que los líderes políticos de todo signo inmediatemente se pronunciaron clara y rotundamente en señal de rechazo, y sin peros. Como debe ser. Y la segunda diferencia es que, salvo que las cosas fueran muy maquiavélicas, estas agresiones no fueron obra de simpatizantes del partido en el gobierno: recordad que la acusación es que venían de sectores próximos a "los fachas del pepé", que entonces estaban en la oposición.

Mirad, en este tema a mí me da lo mismo quién esté en el gobierno y quién en la oposición, y diría exactamente lo mismo si fuera al revés. Porque creo que acosar con violencia a un partido de la oposición, sea cual sea, sin el rechazo inequívoco e incondicional por parte del partido en el gobierno es una barrera que no se debe traspasar en un país democrático que merezca tal nombre. Vale para los gulags de Castro o Chávez, pero no para todo un miembro de pleno derecho de la UE.

Del mismo modo, creo que el algo desnortado Acebes, y quienes piensan como él, se equivocan al decir que los energúmenos son enviados por alguien, de forma directa: aunque fuera verdad -cosa que creo harto improbable- es indemostrable, y hace que uno quede como el pirado de la familia. Pero creo que no hubo ninguna instrucción directa. Simplemente se trata de algo producto del clima que se ha estado creando durante mucho tiempo y en el que han estado jugando un papel fundamental técnicas de publicidad negativa y de propaganda política, que han creado un 'monstruo' al estilo Emmanuel Goldstein al que atizar como el malo de las polichinelas para encubrir así las propias miserias.

Y acabo con un pequeño experimento mental: imaginad que simpatizantes de Bush hubieran ido a reventar mítings de Kerry y del partido demócrata. Y que, preguntado por ello, Bush hubiese dicho "yes, but...". Los berridos de que "Bush es un fascista que envía a sus camisas pardas a acallar a los que discrepan" se oirían hasta Tombuctú.

En el fondo todo esto tiene algo de bueno, y es que ayuda a conocer perfectamente el mecanismo mental que impulsa a esta gente. Y sirve para valorarlos en su justa medida: del mismo modo en que la reacción de Maragall y De la Vega ha hecho que mejore mi opinión sobre ellos, hay otros -supuestamente razonables y moderados- a quienes jamás volveré a ver con los mismos ojos. Y luego están otros muchos que no me han sorprendido nada, claro.